NUNCA LE CUENTES NADA A NADIE


NUNCA LE CUENTES NADA A NADIE/ JAVIER OLIVARES ¿Qué hacer? Qué pintar? A día de hoy, el arte de la pintura sugiere preguntas como ésta, envuelto en un aluvión de imágenes y disuelto en conceptos de mercado.

Su búsqueda de respuestas no sólo quiere resolver la ecuación planteada por el choque entre una técnica de siglos y el vertiginoso mundo actual. 
También desea encontrar caminos de creación en unos momentos en los que el exceso de comunicación genera incomunicación y en los que el creador, sabedor de los recursos de la historia pasada, se ve preso
en las estructuras éticas y estéticas de su vida presente.
Angeles San José ha decidido adentrarse en la década de los 90 preguntándose sobre lo que puede hacer y acerca de qué pintar. No creo que con ello pretenda encontrar respuestas. Las respuestas, sobre todo si son tan definitivas como ésta, sólo son patrimonio de Dios y de los filósofos y, como un columnista escribió hace poco, ni Uno ni otros existen ya.
Aquí, las preguntas adquieren una categoría de condición necesaria para seguir pintando. Y, además, para hacerlo desembarazándose de clichés preestablecidos, de guiños para críticos y de pautas decorativas para salas de estar de familias ricas y felices (pautas tan válidas y defendibles como la que más, pero no las únicas a la hora de encarar un cuadro).
Este hecho tiene un especial mérito en alguien que encontró de muy joven el método de crear imágenes con calidad de impacto. El paso por la pintura de Angeles San José nos ha mostrado etapas de atinada abstracción, en la que posteriormente se incluyeron imágenes definidas y definibles. También nos ha dejado, en su penúltima fase, la sabia fusión de lo moderno con la Historia del Arte. Tratados de forma sutil, paradigmático~ retratos renacentistas nos reencontraban con un concepto de delicada belleza,
creación sólo al alcance de alguien que posee no sólo los recursos técnicos tradicionales de la pintura, sino la mirada moderna del diseño gráfico. Que recupera a través de la emulsión fotográfica imágenes de aura única que asumen su paso de una época a otra, en la era de la reproductibilidad técnica de la imagen.
Esta última etapa de Angeles San José permitía múltiples lecturas de un solo hecho pictórico y, además, una evidente facilidad para situarse en el mercado del arte actual.
Un mercado que sólo asume como positivo bien lo que es neo-vanguardia, bien lo que es decoración. Curiosamente, y para colmo de males, ni siquiera suele aceptar la fusión de ambos conceptos.
Rebelde con causa, San José se topó ante la disyuntiva de seguir creando pintura en un medio tan hostil para la última generación madrileña y, a la vez, de evitar encasillarse en unas imágenes que muchos sólo veían en su lado preciosista, sin saber que eran un paso lógico dentro del desarrollo de su trabajo. Un paso tan lógico y evidente como el último que acaba de dar ahora al profundizar en la siguiente capa del lienzo. Junto a
la anterior, quedan olvidadas las figuras en una actitud radical que quiere responder al ruido con el silencio.
«El arte del siglo xx ha experimentado el silencio, y nosotros vivimos en un tiempo en el que esta experimentación ha sido ya realizada. La tela ha permanecido en blanco, el bailarín inmóvil y la música callada. La palabra ha sido comprimida hasta el punto de desaparecer en el sentimiento de impotencia. También la fuerza de la imagen singular ha sido disuelta en el vértigo de las imágenes. Hemos asistido, como sucesores, a la ago nía del arte y hemos escuchado, con ecos que ya están encerrados en museos y manuales, la marcha fúnebre que ha acompañado esta agonía a menudo portentosa.»
Con estas hermosas palabras de Rafael Argullol (de su texto Escritura al acecho, publicado en el número 1 de la revista Creación), nos situamos en un momento de la historia no por discutible menos cierto. Bien es cierto que las tesis de Argullol parecen olvidar que, después de la palabra, también la imagen ha vivido bajo sospecha. El escaso aprecio mostrado a disciplinas como el cine, el vídeo, la publicidad y el diseño gráfico,
tratadas casi siempre como disciplinas menores, da prueba de ello. Sin embargo, la estructura de sus palabras bien puede valer para retomar el giro actual en creadores como Angeles San José. Sólo que con una diferencia esencial: es un giro tomado por una generación nueva, que ha crecido con la imagen y no con la palabra. Es un nuevo giro en la tuerca de una historia de carácter cíclico que cada vez vuelve a lo anterior con más rapidez, encarnada en actos individualizados ajenos a programas y movimientos.
Pintores al acecho: esa es la estirpe que reclama el arte de estos tiempos. Y lo hace en unos momentos en los que el concepto de arte recuerda mucho a aquel espíritu marciano que Bradbury describía en sus Crónicas Marcianas en aquella historia en la que se narraban las tribulaciones de un espíritu marciano que se materializaba en quien añoraba, quería, odiaba y - e n definitiva- necesitaba cualquier colono terrestre que se cruzara con él.
Al acecho para descubrir vías de acción que no cuestionen la propia experiencia personal ni obliguen al plagio; que no conviertan la pintura en un enloquecido hit parade, en el que la reflexión y el sentimiento apenas pueden sobrevivir (y más en un ambiente tan mediocre y provinciano como el del mercado del arte español).
Angeles San José, desde su pintura desnuda deja traslucir el bastidor y, a la vez, la base del arte pictórico, que es aquí punto de llegada. Nos recuerda que la pintura puede ser un espacio para la reflexión y que, ante el impacto continuo de las imágenes, no hay que combatir con las mismas armas. Ella prefiere, como el poeta Eugenio Montale en su Pequeño Testamento oponer a la fuerza de la maquinaria del ruido «la huella nacarada del caracol/ o esmeril de vidrio pisoteado,,. Prefiere, como describe Italo Calvino en su ensayo sobre la levedad al citar estos versos, oponer las mínimas huellas luminosas a la oscura catástrofe.
Cuando el arte aparece como objeto de ostentación, no está de más que se nos avise que mal arte es aquel que nos enseña todo. El artista lo es más por lo que oculta que por lo que muestra. Lo que se muestra ha de ser la pista de un misterio que jamás debe ser desvelado por completo. Que debe decirnos que la historia continuará y que los próximos capítulos también dependerán de nuestra mirada.
Pintura despojada e ideada para convivir consigo misma, la última obra de Angeles San José parece haber leído lo que sobre la obra de Cy Twombly escribiera Roland Barthes: «Su arte consiste en hacer ver las cosas: no las que él representa, sino las que manipula.» En la tela, sobre un universo vacío, queda la mancha. El soporte es la superficie, representado a la intemperie y sin pronunciarse en francés. En él, no se narra ninguna historia ni la figuración acude en socorro de nuestras ideas: acaba de marcharse. O está a punto de aparecer. Para el caso, es lo mismo. Este es el estado fugaz de la pintura y la actitud de una pintora que está debatiéndose con su oficio siglos después de que éste naciera. Un oficio que requiere, traspasada la barrera
del asombro, magia y precisión. Que necesita como nunca una economía de sentimientos paradójicamente apasionada. La pintura- es como el actor en el teatro: ha de decir más cuando calla que cuando habla. Y cuando habla ha de decir lo justo. Ha de ser breve y brillante («El rayo que burla a la nochehan breve como brillante*, que escribiera SheIley).
He aquí alguien que ha hecho caso del consejo que a tantos nos diera el protagonista de El guardián entre el centeno cuando nos instaba a que no contáramos nada a nadie. Como él, sabe que «en el momento en que uno cuenta cualquier cosa, empieza a echar de menos a todo el mundo*. Lo sabe, como él, porque nunca ha dejado de contarnos cosas, penitencia principal de cualquier creador que se precie. Porque cree firmemente,
como él, que no hay ser humano (entre ellos cuento a los artistas) más desdeñable que aquel que vive sin echar de menos a todo el mundo.
Por eso, mientras las respuestas acuden al llamamiento de preguntas como qué hacer o qué pintar, Angeles San José pasa el tiempo recuperando su propio mundo lienzo tras lienzo.